Suede y los nuevos “tú y yo” de Brett Anderson

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Por Mauricio Riveros.

Suede fue desde mi adolescencia mi banda sonora personal. Desde siempre, desde el primer disco, desde los solos de guitarra animalizados de Bernard Butler hasta esas interpretaciones sentidas y épicas en la inconfundible voz de Brett Anderson. Cada pasaje de sus discos fue un mundo donde perderse, como en “The Asphalt world” un castillo sombrío y húmedo construido por lágrimas secándose, luego la metralla pop que fue “Coming up”, hasta la irregularidad electrónica de “Head Music”, vencida por caras B mejores que las propias piezas del disco.

Me vestí por dentro y en silencio de esa gamuza, acomodada en mi ADN y quedándose ahí por décadas. Hoy, en pleno 2013, reaparecen con disco nuevo, cuando nada es lo mismo, la efervescencia de la era del brit pop se acabó y el mundo no.

Pero celebrar “Bloodsports”, el nuevo álbum, es raro, quizás porque ha pasado muchos años, o porque no soy de esos nostálgicos que gustan hacerse los tontos con el paso del tiempo. A veces hay cosas que hay que dejarlas donde terminaron una vez.

Mientras, y en todos estos años en que Suede se fue a dormir, me enamoré de los discos de Brett Anderson en solitario. Ahí es donde habitaron sus nuevos y tristes “you and me”. Quizás esos fueron los discos más Suede de Brettque el propio “Bloodsports”. Mientras viejas glorias del rock inglés noventero, como Noel Gallagher, insistieron en levantar canciones-himnos con fórmulas, para tener a estadios completos coreándolas, Brett Andersonprefirió la intimidad y lo minimalista, una satisfacción y un pequeño triunfo que solo sabemos los que no calculamos lo que va en una canción.

Y así entregó canciones desde su talla y calce afectado, barnizadas por una belleza trágica, con frases como “Didn’t you know there’s a monster in me?”, también en la cinematografía impresa en el disco “Slow attack”(donde “Frozen roads” es una pieza de esplendor sin medida). También en el vertebral “Wilderness”, un disco auténtico, alejado de las listas, de las radios, de las luces, pero más cerca que nunca del corazón, es como continuó ese mundo solo con Brett, sin la masividad y sin la parafernalia mediática de Suede.

Pero el anuncio de ahora es el grito de “acción!” para las delgadas siluetas enfundadas en cuero negro, con dos décadas de historias, con los años marcados en el rostro, y lo hacen en un disco homogéneo, que utiliza el fade out en más de una canción, con una efectividad aprendida y menos sencillez, sin los laberintos de guitarras que antes escarbaban en el alma, y que al final lograrán subir hasta el cielo en una sola nota.

Desde “Barriers” hasta el final con “Faultlines”, el disco se hace un viaje donde los hits instantáneos no están invitados, pues no es un disco infeccioso, ni con guiños al pasado, pero sus canciones se toman su tiempo, pero tienen sus destellos de magia igual, como en el juego vocal de “What are you not telling me?”.

“Bloodsports” me cautivó un poco más lento. Quizás algo le hizo a mi fuente de emoción el decepcionante “A new morning” (ese disco tan innecesario que nos había quedado como punto final hasta ahora y que hizo esta misma formación). “A veces sentimos que flotamos…”, canta Brett en una de estas canciones nuevas, y a medida que las oigo, es una sensación que se contagia, tal como lo hicieron las canciones que nos mostraron hace años.

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